viernes, 11 de febrero de 2011

Hoy llovió en mi ciudad

De cada cinco personas que escucho opinar sobre este clima, cuatro opinan sobre lo desagradable que es y que no les gusta. Son opiniones como estas que me escucho: ¡Qué feo clima!, ¡odio este clima!, ¡que deje de llover…! etc.  Sólo una puede compartir conmigo el gusto el olor a lluvia y limpieza que hace que podemos extender el dialogo; hablar de lo agradable que es el viento húmedo y la acaricie que te da en el rostro, del frio tan suave, que no es como el de invierno, crudo. Lo explicamos en forma poética, filosófica o tal vez loca, y es que es tan diferente al clima de la mayor parte del año que da gusto saborearlo y vivirlo. (El amigo que compartía este gusto toca guitarra y tiene vena romántica, supongo que ese gusto tiene que ver con la sangre sensible que corre en los artistas, con su melancolía, su ensimismado estado natural en el que mayormente se encuentran).
Se, que tanta lluvia perturba nuestro andar rutinario, la agenda apretada de responsabilidades y prisas que llevamos que no registra un día de lluvia, una hora de observación, un minuto de admiración. Se también, que causa daños a la ciudad, pistas agujereadas, techos precarios vencidos, campos inundados, pistas que se transforman en ríos con sus charcos que son salpicados por egoístas, egocéntricos e inescrupulosos choferes, que no ven más allá de sus narices.
Pero que culpa tiene la lluvia de que nosotros aún no sepamos convivir con la naturaleza; de que nosotros hayamos allanado sus campos por donde discurría libremente y sin fronteras y se filtraba para luego producir verde y florida vida; de que hayamos reducido las venas del planeta por donde transitaba para hacer casas y depósito de sus residuos y, por último, que culpa tiene ella de que la misma gente que se queja del sol -que no tiene la culpa de que en nuestra forma desequilibrada de vivir hemos agujerado el filtro de su radiación con el humo de nuestros automóviles, cigarrillos, industrias, aerosol, etc.- se queja también de la lluvia…
Hoy ha llovido en mi ciudad y no como lo venía haciendo con esa garua consistente y constante que también traía un frio algo insoportable; sino ha llovido como hace años no lo hacía, con ese sol fuerte y turista por la mañana, la lluvia de gotas grandes donde cabía la frase de los abuelos perfectamente: “se nos cae el cielo”, por la tarde y dar paso al sabor fresco por la noche. Ha llovido como cuando niño era preciso jugar una pichanga en la frentera de la casa con la pelota viniball desinflada y dura que dolía más sobre lodo y bajo agua con los padres protestaban por tal gusto que nos dábamos. A llovido como cuando en mi adolescencia buscaba cualquier pretexto para bajar al centro caminado y subir de la misma manera antes que el esplendor de la lluvia acabase, o como cuando realice la más grande locura por amor y más allá de lograr mi objetivo -que era hallar a la amada-, que después de cruzar parte de la ciudad sobre ríos improvisados por las gotas continuas y grandes que despedía el cielo en medio de truenos que asustan a forasteros y relámpagos que iluminan la tarde algo oscura por el apagón que se dio en la ciudad, sin autos o buses que te transporten; termine sacando autos enterados en el lodo al costado y sobre el puente de la torrentera que colapso e incluso sus estragos llegaron hasta las puertas de las casas aledañas y visitaron su interior.
Hoy diez de febrero no volvió a llover tanto como ese día que sumándole quince días, se cumplirían catorce años de aquel aluvión que fue considero uno de los más fuertes de aquella década ni que decir de esta que ha sido algo seca. Pero ésta, forma parte de aquellas lluvias que llenaron y llegaron con tantos recuerdos como el olor a tostado que vencía  al de la humedad, aquel que preparaba mi abuela y se tomaba con te por las tardes bajo la sinfonía que interpretaba las gotas chocando con la calamina de la cocina.
Hoy miro tras mi ventana y en un momento en que se detiene y antes de atacar otra vez con furia, veo el cielo iluminado, es de tarde, pero parece como si hubieran prendido un foco de luz blanca enorme por la noche, es el albur de este cielo que no los cuenta y parece la extensión del alba con que visten a Jesucristo en sus representaciones.
Se ve, se respira y se siente limpio, y cuando vuelve a llover te sientes tan bendecido, tan pequeño y notas la grandeza de aquel Ser superior que allá arriba se encuentra; observo como las gotas de agua resaltan el verde de las hojas, el turquesa, violeta, rojo, amarrillo, etc. de las flores; se puede sentir un poco de frio, pero es fresco, es rico, es… para saborearlo. Amigo “se, el que baila bajo la lluvia y que le canta al sol y lo que se llevo, seguro no fue porque bien no se plantó, no olvides que la naturaleza es sabia, superior a la frágil que es la nuestra”

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