martes, 4 de enero de 2011

“AÑO DEL CENTENARIO DE MACHU PICCHU PARA EL MUNDO"

"La Visita"

El año pasado tuve la oportunidad de visitar Machu Picchu (Cerro Viejo) en un viaje familiar al Cusco y disfrutar en cada paso que daba el esplendor de esta ciudadela “Maravilla del Mundo” y al transitar por esta y otras –no tantas y todas como me hubiese gustado visitar y espero hacerlo- construcciones incas, no pude más que maravillarme y disfrutarlo. Cada que iba avanzando sólo se venían pensamientos como estos:

Tendrías que ver por la retina de mis ojos hasta llegar a mi memoria para ver cada paso extendido por mi y antes por ellos…
Tendrías que llegar hasta mis entrañas y percibir cada sensación, emoción, embeleso y de gratitud por lo cimentado…
Tendrías que extender los brazos y sentir el vuelo de sus espíritus, la fuerza de sus hombros y la tenacidad de sus manos…
No sería necesario ser tan buen observador para ver tantos y cada esquina y valle de esplendidas obras. Mis células se amalgaman con aquellas gigantescas que dan forma a pueblos… “Se asemejan a panales”; que al igual que las abejas obreras contaron con disciplinados y bien orientados obreros.”

Tal vez tratando o queriendo a mis amigos contarles lo que veía, sentía… y que estuviesen ahí.

En el camino que va desde aguas calientes hacia Machu Picchu era para embelesarse y  sólo me queda contemplar y tener lista la máquina fotográfica para plasmar la mejor imagen y ante tanta fijación pude sentir y saber porque los incas consideraban dioses a sus montañas “Los Apus”, y es que era impresionante su majestuosidad y me decía:

 
“¡Dios son rocas hirviendo!,
cerros que matizan a las nubes,
nubes que matizan a los cerros.
Verdes enormes que mi mirada no cubre y rebalsa mi exaltación.
¡Dios son rocas como dioses inmóviles y vigilantes!
refrescados por rápidos cristalinos”

Al llegar a la ciudadela era sólo ¡estar!. No importaba cuanto se sufrió para llegar ahí, quizá por los horarios complicados de madrugada que los niños y mi madre tenían que vivir o preocuparnos por la hora de regreso que nos iba a llevar varias horas que “matar” para salir de aguas calientes a las diez y treinta pasado meridiano de la noche rumbo de regreso a Ollantaytambo. No importaba eso ni las preguntas o protestas de por qué no había más horarios en el viaje a tren habiendo tanta afluencia de turistas (aunque nos toco intermedio, gracias a lo inquieta e inconforme de mi tía; mi hermana, sus hijos, mi mamá y mi otra tía consiguieron asientos). No importaba los vientos fríos, las nubes que no sólo amenazaban con descargar todo su furor sino q lo hacían y había que cubrirse y luego descubrirse porque volvía su clima cálido; no importaba la cantidad de gente y esperar el turno para tratar de sacar las mejores fotografías y el andar despacio para seguir con los demás del grupo. La experiencia era única, después de todo había mucho tiempo, para estarlo y mirando siempre al frente era soñar que algún día haremos camino inca y llegaremos hasta Huayna Picchu (Cerro Joven); pero, eso era por momentos, lo que  importaba era el aquí y ahora, la grandeza que visualizaba el paso siguiente y extasiarte de los lugares que no transitaras mas que con la vista. No importaba nada, porque eso era paz y fortalece…

Nos enorgullecemos y admiramos tanta maravilla que construyeron nuestros antecesores pero somos discriminadores y miramos con desdén e inferioridad a los hijos directos de los creadores de estas maravillas regadas por todo el Perú y más allá. Deberíamos detenernos un poco y ver a estos hermanos a la altura de su espíritu inquebrantable que hicieron y hacen verdadera y profunda la historia en nuestro país.

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