martes, 7 de agosto de 2012

Acuérdate de Él

El 7 de agosto de todos los años
  
 Te acuerdas de mi abuelo; ¡Papá Juan!: El que hizo su morada con puertas grandes y abiertas,  donde el invitado es del hogar, parte de la familia y la acogida mejor; él que ofreció su casa, toda y a todos, incluso al ingrato, aquél que lo traicionó y no valoró su acogida dejando dolor en su corazón y una honda preocupación. Acuérdate del hombre de la mano fuerte y abierta que ofrecía incluso aquello que no tenía, pero sabía que el otro lo necesitaba y eso importaba. Acuérdate del abuelo; ¡él lo podía todo, lo hacía todo!, hasta quiso “vencer a la muerte”.

Te acuerdas del vaso lleno de cerveza, y que con voz convincente y fuerte decía: “¡Así!... como toman los arequipeños”; como aprendí bien aquello, ¡caray! pero al igual que él, caigo muy rápido… Me dejó también el amor por la naturaleza y el sosiego que crea el cuidar una planta; el nacimiento del cuarto entero para el niño Jesús y el amor por su cruz, que ahora los llevo clavados en el recuerdo y en el alma... y ahí los conmemoro. Me dijo también que: “un clavo no vence al hombre”

El hombre que se hizo desde niño en las calles, lleno de historias y travesías de noventa y tres años. De tez blanca, rostro dulce, con su mirada tierna reflejando siempre en él: la dulzura, la sencillez y quizá también se veía un poco de tristeza; ¿sería por el dolor o el error del pasado en busca del perdón no encontrado en la mujer amada?. A la que luego se la llevó, y ella siempre fiel y sin demoras… lo siguió. Nobleza, dulzura e inocencia que reflejaba su rostro –“tiene la carita como un abuelito de cuento”, me decía una amiga-.

Te acuerdas de Don Juan… ¡el Sr. López!, respetado por vecinos, por propios y extraños,  admirado, seguido por amigos y compañeros de años; querido, ¡amado! por su hijos, sus nietos... bisnietos e incluso se ganó el amor de sus hijos y nietos políticos y otros putativos. Dadivoso siempre.

Él, es valiente, la mano fuerte de mi niñez que me llevaba al pre escolar o a su taller. Brazo firme que nunca me soltó, yo no lo quise hacer, pero poco a poco se fue despidiendo, marchando al Taller de Jesús. Ambos sencillos carpinteros me enseñaron a dar, a servir, a ser humilde... ¡cómo no aprender todo ello! 

Fue ley y guía, padre y amigo en mi niñez; ejemplo de fortaleza –como la casa que construyo, que ni terremoto o borrasca alguna destruyó-, firmeza en mi juventud y, ahora desde lo alto en su eterno hogar es, fue y será, luz compañera en mi soledad. Él, quien en agradecimiento me llevaría -su engreído hecho hombre- cargado al altar para presentarme en matrimonio… Ello no sucederá.

Te llevo en mi corazón y cada recuerdo tuyo no va ni con dolor, ni sufrimiento o amargura alguna; sólo lo acompañan lágrimas de honda tristeza por el vacio enorme que dejas, pero me repongo al repasar tu inmortal frase: “Yo soy Juan Alberto López Valencia... y nadie me jode la paciencia”.

No hay comentarios: